viernes, 11 de noviembre de 2016

LOLA FONTECHA
























Mujer, visible en estelas, arcoíris a luz pintado. Es noche en día mezclados, para unir el sol con la luna, colgando en sus pestañas la belleza que le inspire un poema.

Los días son sumados en vida con poesía versada y besos versados. Carece de reloj porque no le gusta que le marquen los tiempos. Pasea entre sierras sumando nanos de microsegundos al camino. Marcha en libertad, con esas alas que su madre creo desde el amor a sus espaldas justo antes de nacer.


Ligera de equipaje, va de mar a mar, al encuentro de su pirata Caletero con el que viajar hacía NUNCA JAMÁS…



Epitafio a la Soledad 

Me atrevo a ponerte nombre,
soledad que llegas sin llamar.

Me aventuro a decir que te abrazo dulcemente.

No te quiero enemiga,
te quiero,
sentada a mi lado,
compartiendo Carlos Cano a la luz de mi lámpara preferida.
Leyendo “Soneto vivo” de Carlos Edmundo de Ory,
paseando de la mano por nuestra Caleta,
aquella que un día me vio sonreír.

Porque sus ojos, siguen aquí.

Quedaremos a la hora justa
con la batucada de fondo,
un miércoles cualquiera
en el Castillo de Santa Catalina
Allí, inmortalizaremos sus besos en puesta de sol,
con el pelo suelto al levante.

Porque sus ojos, siguen aquí.

No te quiero triste,
ya derramé mis lagrimas aquella triste noche,
el mar del olvido las acepto
a cambio de cerrar mis heridas con su sal.

Porque sus ojos, siguen aquí.

No,
no me empujes a la desidia amiga mía,
si pretendes quedarte a mi lado
las normas las pongo yo.

Las arrugas de mi rostro,
me llevan a la Plaza de las flores
para comprar esas margaritas 
que prometimos no podían faltar en casa.
Iremos a pasear por la Alameda Apodaca,
nos haremos fotos de cara al mar.

Porque sus ojos, siguen aquí.

Nos compraremos un papelón de pescaito frito,
al que no podrá faltar 
aquello que tanto le gustaba: cazón, choquito y puntillitas...,
dos cervezas y directos al Campo del Sur.
Mirando al mar, comeremos muy despacio,
el tiempo es nuestro ya nada más nos puede parar el reloj,
éste quedó sin uso justo en la hora que su recuerdo empezó.

Porque sus ojos, siguen aquí.

Nos encaminaremos al Parque Genovés,
para sentarnos en el rincón de la poesía,
sin más avíos que frutos secos y una copita de vino de la tierra.
Sin musa que inspire, sin comienzo ni fin,
daremos forma con su pensamiento en nuestra piel
al poema más hermoso del mundo que jamás existió.

Porque sus ojos, siguen aquí.

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